sábado, 29 de marzo de 2014

De hobbits y monumentos

Como hiciéramos a finales de 2013 con Sólo Dios perdona y El mayordomo, volvemos con una pequeña sección dedicada a películas que generaron expectativas altas y al final nos decepcionaron, dejándonos filmes mediocres que defraudan más que entusiasman. Hoy tenemos El Hobbit: la desolación de Smaug, y The Monuments Men, dos películas que me ha costado reseñar por la sensación de indiferencia que me produjeron y las esperanzas que tenía depositadas en ellas.


El Hobbit es una de mis novelas preferidas, un canto a la aventura pura, pero el hecho de que Peter Jackson decidiera dedicarle una trilogía entera no me hizo ninguna gracia. Sin duda, él era el elegido para volver a la Tierra Media, como demuestra la trilogía de El Señor de los Anillos, para mí insuperable. La primera parte de El Hobbit fue bien recibida en su momento, capturaba el espíritu de aventura sencilla y fantástica de la novela, si bien terminaba haciéndose algo larga y por supuesto no llegaba a la altura de la trilogía magna. En su momento, la incluí en mi lista de mejores películas de 2012, pero tengo que reconocer que después de posteriores visionados, El Hobbit: Un viaje inesperado no aguanta demasiado bien y termina haciéndose pesada, mientras que cada una de las películas de ESDLA despierta más fascinación y reverencia en mí cada vez que las vuelvo a ver.


Con esto llegamos al estreno de la secuela, El Hobbit: La desolación de Smaug. Debido a las recomendaciones de varios amigos de confianza, mis ganas de verla disminuyeron y casi la dejé pasar en el cine, si bien al final me atreví a verla en la gran pantalla. El principio de la película me entusiasmó bastante, se toma ciertas licencias pero es fiel al espíritu de la novela y tenemos pasajes insignes como la casa de Beorn, las arañas del Bosque Negro y la huida en barriles filmadas con la maestría de Jackson, derrochando una ambientación de lujo y espíritu aventurero. Ahora bien, los minutos avanzan, la trama se vuelve farragosa sin necesidad, aparecen personajes nuevos metidos a presión como los gobernantes de la Ciudad del Lago, la elfa de Perdidos, o toda la tropa de orcos que persigue a los enanos. El ritmo disminuye y la película ya no funciona ni como adaptación, ni como filme de aventuras. Da la sensación de estar viendo una historia henchida que intenta emular la trascendencia de la saga madre, cuando es todo lo contrario. Llegamos a la aparición de Smaug, a quien Benedict Cumberbatch dota de vida propia al donarle su vozarrón, y la película remonta el vuelo a lomos del dragón, si bien la historia de nuevo decae entre tanta persecución alargada, con la absurda estratagema del oro fundido mediante, y todo termina con un continuará gigantesco. Miedo me da lo que pueda suceder en la tercera parte y si, una vez terminada la trilogía, el destino de El Hobbit será similar al de las precuelas del amigo George Lucas. Un abucheo aparte se merece Howard Shore, quien entrega una banda sonora funcional y anodina en la que ni siquiera aparece el tema de la parte anterior, de lejos su trabajo menos inspirado hasta la fecha, parece mentira que hace nada compusiera la música de Hugo.


Dejando la Tierra Media descansar hasta nuevo aviso, nos centramos ahora en uno de los galanes de Hollywood. George Clooney moldeó su carrera como actor y cineasta con sumo cuidado con la llegada del nuevo milenio, eligiendo con acierto sus papeles en los últimos años y protagonizando películas tan recomendables como Up in the Air o Los descendientes. Como cineasta, se estrenó con la irregular, bizarra e incluso fallida comedia de espías Confesiones de una mente peligrosa, para después dar una lección de cine clásico en Buenas noches y buena suerte. Su siguiente incursión en la comedia sería también un señor descalabro, pues el humor insulso de Leatherheads (Ella es el partido) apenas despertó una carcajada en los espectadores. Por suerte, Clooney regresó al terreno del thriller político con la contundente Los idus de marzo, de herencia shakespeariana y con un reparto de alto nivel. Mientras tanto, Clooney ejerció de productor en el debut de su amigo Grant Heslov con la alocada y recomendable Los hombres que miraban fijamente a las cabras, y de paso se llevó un Oscar por apoyar a Ben Affleck y su excelsa Argo.


Con semejantes credenciales, esperaba con ganas el regreso de Clooney tras las cámaras, más todavía cuando se trataba de The Monuments Men, que narra la historia real de un comando del bando de los aliados que se dedicaba a recuperar obras de arte robadas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, historia que ya parodiaron Los Simpson con el mítico capítulo dedicado a "Los peces voladores". Las sospechas acerca del nuevo trabajo de Clooney comenzaron a crecer cuando su fecha de estreno se vio retrasada hasta febrero de 2014, de modo que sus responsables ni siquiera se planteaban hacerla competir en la temporada de los Oscar. Ahora bien, acudí al cine a ver The Monuments Men con entusiasmo, y me encontré ante una aventura bélica que por momentos emulaba películas tipo La gran evasión y por otros buscaba encontrar su lugar dentro de la comedia, mientras nos lanza constantemente la pregunta de si merece la pena arriesgar vidas humanas para salvar nuestro patrimonio cultural. El resultado termina siendo bastante desequilibrado, la mezcla no funciona y no se decanta por ninguno de los dos géneros en concreto y, no contentos con esto, la película incluso juguetea con el drama que expone los horrores de la guerra en la línea de Salvar al soldado Ryan, como prueban la escena de la iglesia o la dedicada al barril repleto de implantes dentales. Una verdadera lástima, dada la fructífera asociación de Clooney y Heslov, la premisa y los hechos históricos de los que partía, y sobre todo el reparto, capitaneado por el propio Clooney y que incluye a pesos pesados que apenas tienen oportunidad de lucirse, como Matt Damon, Cate Blanchett, los grandes Bill Murray y John Goodman o Bob Balaban (Moonrise Kingdom), además de que les da una oportunidad de hacerse un hueco en el cine Hollywoodiense a Jean Dujardin (visto recientemente en El lobo de Wall Street) y al televisivo Hugh Boneville (Downton Abbey). Tras este descalabro, espero que Clooney vuelva pronto al terreno donde ha demostrado sobrada maestría, el del thriller político.

Y a vosotros, ¿qué os parecieron estas películas? ¿Cuáles os han decepcionado últimamente?

*Para terminar, os dejo con la entrada que dediqué a las virtudes de Capitán Phillips en el resucitado blog del amigo Oneyros.

lunes, 24 de marzo de 2014

Dallas Buyers Club

 
El electricista texano Ron Woodruf apenas puede creerse que le queda un mes escaso de vida cuando descubren que tiene el SIDA a mediados de la década de 1980. Guiado por una fuerza de voluntad inusual, Woodruf emprenderá una cruzada personal contra las farmacéuticas y las políticas de los hospitales mientras intenta salvar su vida, al mismo tiempo que deja atrás viejos prejuicios.

Estamos ante una de las películas sorpresa del pasado 2013, una que pertenece al grupo de pequeños filmes independientes que con un presupuesto reducido logran contarnos una historia humana y emocionante, normalmente protagonizada por un reparto adecuado. Los responsables de Dallas Buyers Club son los semidesconocidos guionistas Craig Borten y Melissa Wallace, quienes han adaptado los hechos reales de la vida de Ron Woodruf y han construido un relato que mezcla un canto a la lucha por la supervivencia con una acertada denuncia al sistema médico estadounidense y a los tejemanejes de las todopoderosas empresas farmacéuticas. El encargado de plasmar esta historia en fotogramas ha sido el canadiense Jean-Marc Vallée, director solvente de películas como La reina Victoria.


Con un ritmo pausado pero constante, Dallas Buyers Club nos presenta al protagonista, un electricista grosero, mujeriego, homófobo y alcohólico que se niega a rendirse cuando se ve inmerso en la epidemia del SIDA de los años 80. En su incansable búsqueda de medicamentos beneficiosos pero todavía no aprobados, Woodruf viajará a países como México y Japón, traficará con drogas, trabará amistad con personas a quienes antes despreciaba e ideará un club en el que vender medicinas de forma clandestina. Vallée opta por un estilo sencillo pero correcto para plasmar esta historia, apenas se recrea en los ambientes sórdidos por los que se adentran los personajes, y precisamente deja que sean los protagonistas quienes conduzcan la historia.


De este modo, no es de extrañar que los actores protagonistas sean de los más aclamado de la película. Tenemos a un irreconocible Jared Leto que regresa al mundo del cine después de una larga ausencia como Rayon, un transexual que padece SIDA. El retrato de Leto es a la vez decadente, esperanzador y vívido, mientras que su compañero de reparto, un renacido Matthew McConaughey, se funde con el personaje de Woodruf y consigue involucrar a los espectadores en la evolución y distintas etapas que atraviesa el protagonista en su lucha contra la enfermedad, el entorno que le rodea y las fuerzas que escapan de su poder. Una gran interpretación, capaz de soportar el peso de la película, y la prueba de que estamos ante un inmenso actor (el tipo está alcanzando el nivel del viejo De Niro entre Mud, El lobo de Wall Street, True Detective y la película que hoy nos ocupa). Su compañera de reparto, Jennifer Garner, tampoco lo hace nada mal, y ofrece un punto de vista externo con el que el espectador puede identificarse fácilmente, si bien su labor queda algo ensombrecida ante los cambios físicos extremos de sus compañeros de reparto.


Tal vez se eche en falta un toque algo más personal en la dirección, pero gracias a la labor de los actores y de la modesta pero efectiva puesta en escena podemos disfrutar de una recomendable historia que combina a la perfección humanidad con denuncia ante temas que tristemente siguen vigentes.

Ficha de la película.

domingo, 16 de marzo de 2014

True Detective: Oscuridad humana


A lo largo de 20 años, los detectives Rust Cohle y Marty Hart investigarán un crimen macabro que les llevará a recorrer los pantanos de Louisiana, encontrando en su camino sectas religiosas, bandas de moteros, abusos a menores y ritos ocultos que les llevan a enfrentarse directamente con el lado oscuro de la condición humana.

Me encanta ver series. Personalmente, disfruto del riquísimo y variado panorama televisivo estadounidense, de lo mucho que ha bebido del cine y siempre resulta agradable seguir tanto los grandes fenómenos como Perdidos, The Walking Dead, Juego de tronos o Breaking Bad como las producciones más pequeñas pero igual de interesantes como Lights Out, The Pacific, The Newsroom o Ray Donovan. Así, desde que se anunció a mediados de 2013, True Detective fue una de las nuevas propuestas de la Edad Dorada de la ficción televisiva que esperaba con más ganas, y desde que se estrenara a principios de enero de 2014 en el canal HBO, he disfrutado siguiéndola semana a semana, llegando finalmente a la conclusión de que estamos ante una serie sencillamente perfecta, que ocupa un lugar destacado en mi podio personal junto a Perdidos, Hermanos de sangre y Breaking Bad. Vayamos ahora con la serie en cuestión.


La mente pensante tras True Detective es el joven escritor Nic Pizzolatto, que se estrenó en el mundo de la televisión con la estimable The Killing (que espero retomar algún día). Su serie está concebida como una sucesión de temporadas cerradas e independientes entre sí, de modo que cada una de ellas se centrará en un caso policial concreto que deberá ser investigado por un grupo de detectives, y de este modo la ficción nos mostrará la investigación policial de forma exhaustiva, huyendo del clásico formato procedimental, y la compaginará con las vidas privadas de los protagonistas y con cómo el caso las afecta. Su primera temporada se compone de ocho episodios, cada uno de una hora de duración y nos traslada hasta 1995, cuando los detectives Hart, un padre de familia temperamental con predilección por las mujeres jóvenes, y Cohle, un solitario taciturno de convicciones nihilistas, descubren el cuerpo de una joven asesinada mientras portaba una corona con cuernos y participaba en un extraño ritual. Pizzolatto narra la investigación policial hasta su resolución en el presente, bebiendo de películas como Se7en, El silencio de los corderos o Zodiac, y de obras literarias que incluyen relatos de Ambrose Bierce y del mismísimo H.P. Lovecraft, en particular del célebre "La llamada de Cthulhu". El desarrollo de True Detective combina procedimientos policiales como interrogatorios a sospechosos y trabajo de campo por Louisiana, pistas que nos desconcertarán y fascinarán capítulo tras capítulo, el drama personal que vive cada uno de los protagonistas, ambientes sórdidos, meditaciones filosóficas acerca del sentido de la existencia humana, el papel que juega en ella la religión, nuestra percepción del tiempo o del lado oscuro y salvaje de nuestra condición; y cierto simbolismo y tintes sobrenaturales, todo ello combinado en su justa medida.


El aspecto formal y visual de True Detective es de auténtico lujo pues, como es habitual en las ficciones de la HBO, los medios y los detalles con los que cuenta la serie nos dan la sensación de estar presenciando una película extendida. Aquí ha jugado un papel decisivo la labor de Cary Joji Fukunaga, joven director que ya nos sorprendió a finales de 2011 con la dignísima versión de Jane Eyre protagonizada por Michael Fassbender. En True Detective, Fukunaga opta por una puesta en escena visceral, que acentúa el carácter sórdido de la historia y la intensidad de las emociones de los personajes. Las escenas de diálogos fluyen con naturalidad, y las de acción logran impactar al espectador, algunas tanto como el brutal plano secuencia que cierra la incursión en las barriadas del final del cuarto episodio. La música aporta una sensación de extrañeza extra, lo cual no es motivo de sorpresa si tenemos en cuenta que la banda sonora ha caído en manos de T. Bone Burnett, colaborador habitual de los hermanos Coen.


El trabajo de Fukunaga también destaca en la dirección de actores. Por los oscuros pantanos de Louisiana encontraremos a personajes interpretados con naturalidad por Kevin Dunn (quien probó suerte en la HBO en la tristemente cancelada Luck), Shea Wingham (Boardwalk Empire), una sorprendente Alexandra Daddario (Percy Jackson) y la siempre estimable Michelle Monaghan (curtida en el género negro gracias a la excelente Adiós pequeña, adiós). Sin embargo, quienes se llevan casi todo el mérito son la pareja protagonista, unos monumentales Woody Harrelson y Matthew McConaughey, quienes dan vida a un dúo de detectives con muchos matices, marcadas debilidades y un sentido de la justicia que les hará persistir en su empeño por resolver el caso. Estos dos antihéroes, que incluso mienten por el bien del caso, forman el núcleo de la serie y, si bien el señor Harrelson nos tiene acostumbrado a su buen hacer en películas de diversa índole, McConaughey apunta un tanto más a su meteórico renacimiento al ponerse en la piel del particular Rust Cohle.


Esta primera temporada de True Detective cuenta con un final redondo, un cierre satisfactorio de las tramas y los cabos sueltos que han ido componiendo un misterio que abarca desde chicas desaparecidas a los hilos que mueven altos cargos de la sociedad, pasando por reyes amarillos y referencias literarias. Además, encontramos cierta amargura en el destino de los protagonistas, en la línea de las novelas de Hammett o Chandler, y pequeñas pinceladas sobre las fuerzas sobrenaturales que amenazan desde las sombras. La expectación que ha generado esta serie no podría ser mayor, y mientras esperamos pistas acerca de dónde podría desarrollarse la siguiente entrega y de quién podría protagonizarla, podemos disfrutar de un nuevo triunfo de la ficción televisiva con una primera temporada dura, absorbente y rica en matices. No se la pierdan.




jueves, 6 de marzo de 2014

Oscar 2013: Emoción esperada

El mundo del cine de Hollywood se preparó para su noche de gala y el pasado domingo 2 de marzo se celebraron los Premios de la Academia, más conocidos como Oscar, en el Teatro Dolby de Los Ángeles. La competencia entre las películas nominadas este año era mucho más dura que en otras ediciones anteriores, con títulos tan recomendables como 12 años de esclavitud, Gravity, Her, Capitán Phillips o El lobo de Wall Street entre las aspirantes a alzarse con las codiciadas estatuillas. Finalmente, se cumplieron las expectativas de casi todas las quinielas y no hubo demasiadas sorpresas en cuanto a los ganadores, si bien pudimos disfrutar de una ceremonia divertida, amena e incluso inspiradora gracias al buen hacer de Ellen DeGeneres como presentadora.

Una película que une a Sherlock y Magneto no podía quedarse sin premio
Antes de empezar con los premios en sí, comencemos con una breve reflexión. Los premios de cine en general, y en particular los Oscar, tienen tantos detractores como admiradores: habrá quien los considere una pantomima, un mero entretenimiento vacío, quien incluso desprecie a las películas nominadas y reivindique otro tipo de cine alternativo; al igual que también habrá quien disfrute de estos premios con ilusión, de las películas nominadas, y de las estrellas y los modelitos que lucen en la mediática gala. En este aspecto me gustaría destacar el comentario del actor Kevin Spacey cuando le preguntaron por el significado de esta ceremonia poco antes de empezar la gala: Los Oscar son la fiesta y celebración del cine de Hollywood, una ocasión en la que se reúnen quienes se dedican a él profesionalmente para pasar un rato agradable. Ya en mi caso particular, supone además una noche de emoción en la que se festeja el tipo de cine que más suelo disfrutar y que cada año me lleva a descubrir nuevas películas interesantes y diversas.

Volviendo a la gala en sí, el trabajo de Ellen DeGeners como presentadora supuso una notable mejora respecto al irregular e irreverente Seth McFarlane de hace un año, puesto que la gala fluyó con naturalidad y un sentido del humor amable que nos dejó momentos tan divertidos como cuando pidieron pizza para cenar o la ya famosa foto que hizo con su propio móvil que ya ha batido todos los récords de Twitter. A lo largo de la ceremonia pudimos ver desfilar a actores tan diferenciados como Jim Carrey, Jamie Foxx, Harrison Ford, Will Smith, una irreconocible Kim Novak, Whoopie Goldberg, Kevin Spacey, Angelina Jolie e incluso al legendario Sidney Poitier, quien entregó el premio al Mejor Director a Alfonso Cuarón. Precisamente fue su película, la prodigiosa Gravity, la que arrasó en la mayoría de los premios, llevándose los apartados técnicos y el de banda sonora. Su competidora más fuerte fue la excelente 12 años de esclavitud, que logró alzarse con los merecidos premios a Mejor Guión Adaptado y a Mejor Película, reconociendo el trabajo de Brad Pitt como productor y evitando así las injusticias cometidas en ediciones anteriores (todavía me duele que premiaran a El discurso del rey por encima de La red social, habráse visto). Spike Jonze consiguió el merecidísimo premio al Mejor Guión Original por la dulce y triste Her, mientras que la italiana La gran belleza arrebató el de Mejor Película Extranjera a la inquietante La caza. Con el premio que no estuve de acuerdo fue con el de Mejor Canción original, dada la potente canción que presentaba U2 frente a la apuesta de Disney.

Frank Underwood domina la foto desde las sombras
Entre los momentos más emotivos destacó la sección de In Memoriam, en la que se recordó el talento de quienes nos han dejado a lo largo del último año, como Ray Harryhausen, el crítico Roger Ebert (una verdadera inspiración), James Gandolfini o el gran Philip Seymour Hoffman, quien hace apenas un año figuraba entre los nominados. En este aspecto también destacó el pequeño pero sentido homenaje que Bill Murray rindió a su amigo Harold Ramis, autor de la obra maestra llamada Atrapado en el tiempo que nos dejó hace apenas una semana. 

En cuanto a los premios destinados a los intérpretes, una radiante Lupita Nyong'o se impuso a Jennifer Lawrence como Mejor Actriz de Reparto gracias a su desgarrador papel en 12 años de esclavitud, mientras que Cate Blanchett se llevó el de Actriz Principal, si bien Sandra Bullock también se lo merecía gracias a aguantar el peso de Gravity ella sola. Tras volver al mundo del cine después de años entregado a su grupo de música, Jared Leto se alzó como Mejor Actor de Reparto gracias a su retrato de un transexual enfermo de SIDA en Dallas Buyers Club, superando a mi favorito, Michael Fassbender como Edwin Epps. Por último, la categoría de Mejor Actor Principal fue la más reñida que recuerdo en mucho tiempo, pues todos los nominados se merecían la estatuilla gracias a los complejos personajes a los que dieron vida, por no mencionar a los grandes olvidados como Oscar Isaac, Robert Redford, Joaquin Phoenix y Tom Hanks. Finalmente, el recital interpretativo de Matthew McConaughey en Dallas Buyers Club se impuso, recalcando así el renacimiento como actor que está viviendo, y el gran Leonardo DiCaprio se fue una vez más con las manos vacías, esperando que la Academia no tarde demasiado en reconocer al enorme actor ante el que estamos. Seguro que lo logra con alguno de sus próximos trabajos, puede que de nuevo a las órdenes del maestro Martin Scorsese.


A pesar de que el reparto de premios fue bastante justo y cumplió con lo esperado, hubo grandes ignoradas, especialmente Capitán Phillips, El lobo de Wall Street y American Hustle, que partían con cuantiosas nominaciones y no lograron llevarse una sola estatuilla. En este sentido también merece la pena recordar a las películas olvidadas por completo, que apenas consiguieron alguna nominación, como A propósito de Llewyn Davis, Prisioneros, Rush, Cuando todo está perdido o Mud, filmes excelentes en sus respectivos géneros. Con el fin de los Oscar termina una etapa de gran cine en las carteleras, y antes de que continúe el ciclo y desembarquen los blockbusters veraniegos, todavía tendremos tiempo de darles una oportunidad a aquellas nominadas que se nos escaparon en su momento.


sábado, 1 de marzo de 2014

Cine de contrastes: Cuando todo está perdido

De entre los directores jóvenes surgidos en los últimos años, en concreto desde 2007, cuyas carreras parecen más prometedoras y que más me han impresionado, me gustaría destacar a cuatro en particular: Jeff Nichols, de cuyos dramas sureños pronto hablaremos, Ben Affleck y el nuevo rumbo que ha dado a su carrera como director de herencia clásica; el británico Steve McQueen, en boca de todos gracias a la excelente 12 años de esclavitud, y quien hoy no ocupa, J.C. Chandor. Proveniente del mundo de la publicidad y los documentales, Chandor se estrenó en el terreno del largometraje en 2011, y desde entonces ha firmado dos excelentes películas entre las que se puede apreciar un marcado e interesante contraste.



La primera de ellas es Margin Call, la tensa historia de un par de analistas de bolsa de una poderosa empresa de Wall Street que descubren lo que se les avecina con el crack de 2008. Ante semejante situación, vemos cómo reaccionan las altas esferas de la compañía y recurren a métodos de escasa moral para engañar a sus clientes y deshacerse de los efectivos contaminados, en un proceso similar a lo que ocurrió durante la caída de Lehman Brothers. En Margin Call los espectadores nos sumergimos en un ambiente enrarecido y artificial, la tensión se palpa en el aire y la angustia aumenta a medida que avanza la película y los personajes se sofocan ante el inminente desplome de sus negocios. Para acentuar esta sensación, cabe destacar que la acción sucede casi en exclusiva en espacios cerrados, siempre poblados por personajes nerviosos ante la incertidumbre y todo lo que está en juego. La ausencia de banda sonora, así como el predominio de las luces artificiales azuladas, contribuyen a aumentar esta sensación de alienamiento y extrañeza, que culmina con un final amargo e insatisfactorio para la mayoría de los protagonistas.


Por otra parte, la segunda y recién estrenada película de Chandor presenta un enfoque completamente opuesto. Cuando todo está perdido nos presenta a un anciano recorriendo el Pacífico a bordo de su velero, un protagonista anónimo a quien sólo conoceremos como "Nuestro hombre" gracias a los títulos de crédito. Su situación se vuelve crítica cuando su barco choca contra un contenedor chino, naufraga y se ve visto a las calamidades de la intemperie, los tiburones y la desesperación absoluta. Al contrario que Margin Call, Cuando todo está perdido no enfatiza en la contundencia de la historia que nos quiere narrar, pues posee una trama bastante sencilla, sino que se alza más como un ejercicio de estilo al contar con único personaje perdido en la abrumadora inmensidad del océano, un espacio que contrasta con la claustrofobia vista en Margin Call. La insignificancia del velero en el hipnótico azul del océano logra que los espectadores dudemos de las posibilidades que tiene nuestro protagonista de salvar la vida, con quien conseguimos simpatizar a pesar de que apenas pronuncia palabra en toda la película y de que sólo podemos deducir escasas pinceladas de su pasado gracias a pequeñas pistas. Al contrario que en Margin Call, en la segunda película de J.C. Chandor no vemos al hombre al borde del colapso en un sistema artificial que él mismo ha creado, sino enfrentándose a las fuerzas naturales que no puede controlar y que le superan con creces, bebiendo en parte de lo expuesto en obras literarias como La narración de Arthur Gordon Pym o El viejo y el mar, y de películas como la excelente 127 horas. Además, en Cuando todo está perdido la banda sonora se alza como un personaje más, con bellas e hipnóticas composiciones a cargo de Alex Ebert. Eso sí, la simplicidad de la propuesta y su contundencia pueden no resultar de agrado para todos los espectadores, y puede que incluso varios se sientan estafados de gastarse el desorbitado precio de una entrada en una película de estas características.


Lo que sí comparten ambas películas de Chandor, cuyos guiones ha escrito el propio director, algo que siempre es digno de admiración; es el excelente trabajo de los actores. En Margin Call tenemos un reparto coral que contribuye al agobio que transmite la cinta, en el cual destacan unos inmensos Kevin Spacey y Zachary Quinto, sorprenden "el mentalista" Simon Baker y unos recuperados Demi Moore y Jeremy Irons, y el siempre efectivo Stanley Tucci aporta humildad a su personaje. Mientras tanto, en Cuando todo está perdido el reparto se ha reducido a un único actor, y tenemos al gran Robert Redford apoyando el cine independiente con un papel de sufrido y parco protagonista cuya extenuación y creciente desesperación consiguen conmover a los espectadores sin necesidad de exagerar o dramatizar en exceso. Una pena que no le hayan nominado a los premios de la Academia, pues sin duda estamos ante un papel complejo y exigente.


Tras estos dos modestos triunfos, J.C. Chandor se ha revelado como un cineasta interesante, responsable de estimables y ricas propuestas; yo personalmente espero con muchas ganas su próximo proyecto, el thriller A Most Violent Year, que se estrenará dentro de un par de años y contará con dos de los actores del momento: Jessica Chastain y Oscar Isaac.