domingo, 28 de septiembre de 2014

Furious: La redención del héroe


Cadence Lark, antigua niña prodigio y actriz infantil, ha perdido todo y vive bajo el escrutinio de unos medios de comunicación sin escrúpulos. Mientras tanto, una nueva superheroína se alza como un símbolo de esperanza para una gran ciudad decadente, pero sus buenas intenciones pronto son ensombrecidas por los ataques de furia con que detiene a los malhechores, y que son lo único que destaca la prensa de ella. Como contrapartida, una silueta avanza por las sombras destinada a convertirse en la némesis de "Furious".

En diciembre de 2013, el número 31 de la antología Dark Horse Presents acogió la primera aparición de Furious, cómic creado por el guionista Bryan JL Glass y el dibujante Víctor Santos. Su primer volumen, formado por el mencionado prólogo y una serie limitada de cinco números, ha supuesto una grata sorpresa, un cómic de superhéroes complejo y adulto, breve, conciso y con un acabado espectacular. Sus autores también han sido todo un descubrimiento. El estadounidense Bryan JL Glass comenzó trabajando con pequeños encargos para Marvel, y encontró su voz propia en el mercado independiente al crear junto a Michael Avon Oeming el cómic The Mice Templar, publicado por la editorial Image y que también dibuja Santons tras la marcha de Oeming. El trabajo de Glass en Furious bebe de la vuelta de tuerca al género de los superhéroes que ofrecieron sagas insignes como Watchmen o El regreso del caballero oscuro, y nos presenta a una superheroína primeriza de buenas intenciones a quien la sociedad malinterpreta. Glass también bucea en desarrollo de personajes, particularmente en la motivación de Furious como justiciera y en la trayectoria de la joven actriz Cadence Lark, que busca su lugar en el mundo después de una infancia de éxito y excesos y que nos recordará a ciertas ex-estrellas infantiles. En escasos seis números Glass consigue un cómic equilibrado, de prosa elaborada, acción fluida y personajes con los que simpatizar, una combinación que escasea en el cómic superheroico actual, más preocupado por grandes eventos anuales y por obligar al lector a seguir a la vez cinco series complementarias. Destaca también la influencia de la citada obra de Frank Miller en el retrato de una ciudad decadente y del papel que juegan los medios de comunicación en la trama.


Igual de sorprendente ha sido el trabajo del dibujante español Víctor Santos, cuya obra desconocía. Santos presenta una fuerte influencia del estilo de maestros de la animación como Alex Toth, Bruce Timm y Darwyn Cooke, así como del trazo sencillo y dinámico de artistas como Michael Avon Oeming, Mike Mignola y Frank Miller. En Furious, este estilo nos sacude a los lectores según pasamos cada página, pues presenciamos una narrativa enérgica y trepidante, capaz de alternar momentos de introspección con escenas perturbadoras (en el prólogo y en el tercer número) y con secuencias de acción vertiginosas (atención al número final, no da respiro). Santos se encarga también de las tintas y del color, y su descubrimiento me ha entusiasmado lo suficiente como para situar en los primeros puestos de mi lista de lecturas su trabajo en cómics como Pulp Heroes e Intachable: 30 años de corrupción.


Las interesantes tribulaciones de una superheroína primeriza y un relato complejo que cuenta con un apartado gráfico distinguido convierten a Furious en uno de los cómics más recomendables de lo que llevamos de 2014. La historia termina pero no concluye, así que esperamos con ganas el anuncio de un segundo volumen que siga las puertas abiertas. Mientras, intentaremos dar una oportunidad a The Mice Templar, cómic del que también se cantan alabanzas.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Una década de Perdidos

Septiembre es el mes de las series estadounidenses, el de la ficción televisiva. En estas fechas se estrenan numerosos proyectos, algunos de ellos bastante absurdos y otros interesantes. Comedias de situación, procedimentales policíacos, series de animación y hasta de superhéroes. Vivimos una nueva edad de oro de la ficción serializada, mientras que otro tipo de televisión cada vez se hunde más en su propia podredumbre. Canales como HBO y AMC apuestan por propuestas adultas y transgresoras que heredan los medios y recursos del cine. Así nos han dejado joyas como Hermanos de sangre, Breaking Bad y fenómenos sin precedentes como Juego de tronos y The Walking Dead, que además han contribuido a difundir las obras literarias en que se basan. Cuando se cumplen diez años del estreno de Perdidos el 22 de septiembre de 2004, conviene recordar lo que supuso aquella serie.


Perdidos cambió el modo en que muchos veíamos televisión. Por supuesto que tuvo sus predecesoras, que merecen ser reconocidas. Series como Buffy cazavampiros, Ally McBeal, los primeros pasos de la HBO que hoy conocemos con Los Soprano y Oz. Y también estuvo Twin Peaks años antes. Acostumbrados a los procedimentales interminables de policías, abogados y médicos que se saltaban todo el papeleo administrativo para jugarse las vidas de sus clientes en complicadas decisiones morales, y a la caspa de la televisión española que todavía perdura, Perdidos rompió esquemas. Recuerdo cuando vi el monumental episodio piloto, dirigido por un semi-desconocido JJ Abrams, por primera vez. No fue en septiembre de 2004, sino que tuve que esperar a que TVE lo emitiera durante la primavera de 2005. Cada episodio contaba. Perdidos mezclaba la temática de novelas clásicas como Robinson Crusoe y El señor de las moscas con un misterio de tintes de ciencia ficción. Y hacía que los personajes nos importasen. Les iríamos conociendo como a las personas de carne y hueso que nos rodean, poco a poco, y descubriríamos cómo estaban lejos de ser perfectos y los errores del pasado que les perseguían.



La primera temporada es, sencillamente, una obra maestra, perfecta en su desarrollo de las tramas, presentación del escenario y dosificación del misterio. Sí, el nivel de la serie no siempre se mantuvo y la dilatación de los sucesos hacía que esperásemos con más ganas los principios y los finales de temporada. Y el ansiado cierre no convenció a todos por igual. Pero la serie de la cadena ABC cambió para siempre cómo vivimos la ficción televisiva. En gran medida gracias a Internet. Se hablaba de Perdidos, no sólo entre amigos, sino que las comunidades virtuales estaban pobladas de hipótesis acerca de del misterio de la isla y sus personajes. Conocimos los spoilers y lo mucho que fastidia que te revelen uno. Y, por primera vez, empezamos a ver las series al ritmo original estadounidense. No podíamos aguantar la espera y encontramos una alternativa al maltrato y la desgana de las cadenas locales, que en algunos casos han respondido a la demanda y ahora series como The Walking Dead llegan a España con apenas horas de retraso respecto a su emisión original. 


Un amigo me preguntaba si el éxito de Perdidos era para tanto, y dudaba que una serie así tuviera tanta repercusión en la parrilla actual, donde pasaría desapercibida. Me temo que planteaba la pregunta equivocada. Sin un fenómeno como Perdidos no tendríamos la variada oferta de series de la que gozamos. Perdidos abrió la puerta a series como Breaking Bad, a presupuestos tan elevados como los de Juego de Tronos. Nos descubrió a JJ Abrams, quien trasladó su sentido del misterio y la aventura a películas tan recomendables como Super 8 y la revisión de Star Trek (su innecesaria secuela de Star Wars será otra historia). Difundió el trabajo del músico Michael Giacchino. Propició parodias como Pardillos. Y nos trajo a un plantel de personajes memorables con los que sentirnos identificados: Jack, Kate, Sawyer, Hurley, Locke, Sayid, Sun, Jin, Desmond, Charlie, Juliet, Ben. Los actores que les dieron vida han asumido el incierto destino de los intérpretes televisivos, pero la serie que protagonizaron permanece en la memoria de miles de seguidores en todo el mundo, diez años después de su estreno.

martes, 23 de septiembre de 2014

Jersey Boys: Cada uno lo recuerda a su manera


A finales de la década de 1950, cuatro jóvenes armados de ambición y talento se proponen escapar del barrio de clase trabajadora de Nueva Jersey dominado por la mafia donde crecieron. Lo conseguirán gracias a su música. Su grupo, The Four Seasons, pasa por una serie de pruebas hasta alcanzar el éxito, liderando los comienzos de la música popular en Estados Unidos. Pero el camino de la fama no es sencillo, y las tensiones entre los distintos miembros del grupo sólo traen complicaciones para The Four Seasons.

Jersey Boys adapta el musical homónimo que narra la trayectoria del grupo de música The Four Seasons. Desde su estreno, lleva años convertido en uno de los grandes éxitos de Broadway junto a El rey león o Wicked, se ha hecho con un premio Tony y ahora los propios autores del libreto, Marhsall Brickman (coguionista de Manhattan) y Rick Elice, se han dedicado a adaptar la obra a la gran pantalla. El encargado de orquestar el proyecto ha sido ni más ni menos que el legendario Clint Eastwood. Tras la irregular Más allá de la vida y la fragmentada J. Edgar, el creador de Malpaso expresó su deseo de filmar un musical, en particular una nueva versión de Ha nacido una estrella. Tras varios rumores, el proyecto se terminó paralizando, y entre tanto Eastwood protagonizó la ópera prima del productor Robert Lorenz, Golpe de efecto, y puso en marcha dos nuevas películas, entre ellas Jersey Boys.


En Jersey Boys, Clint Eastwood aprovecha la fuerza del relato del ascenso a la fama de The Four Seasons para contarnos una historia de éxitos y sombras, haciendo gala de su estilo de gusto clásico y de su formidable habilidad como narrador. La leyenda de la voz de Frankie Valli y los suyos guarda ciertas semejanzas con la de Uno de los nuestros y con el viaje de A propósito de Llewyn Davis, aunque es mucho más suave, por supuesto. Eastwood alterna resultones números musicales con la carrera artística de los integrantes de The Four Seasons, las rencillas entre los miembros del grupo, la profunda huella que deja en ellos su paso por un barrio dominado por la mafia, y el retrato de una época. El cineasta californiano cuenta con sus colaboradores habituales, como el productor Robert Lorenz, el director de fotografía Tom Stern y el editor Joel Cox. Se puede reprochar que la historia sea demasiado benévola, pero hay que reconocer que no estamos ante un filme del calado emocional de Mystic River o Million Dollar Baby, si bien Jersey Boys supone un nuevo trabajo disfrutable de un clásico.



La mayoría de protagonistas son actores primerizos que cumplen su papel con solvencia, y aquí se nota bastante la experiencia de Vincent Piazza en la serie Boardwalk Empire al ser el miembro de The Four Seasons con más tablas interpretativas. Curiosamente, el encargado de dar vida a Frankie Valli es John Lloyd Young, quien también lo encarnaba en el montaje de Broadway. El actor más veterano de la función es un recuperado Christopher Walken, mucho más acertado que en sus papeles más recientes y pequeños. La música y los falsetes de Valli son otro personaje más de la película, que cuenta con canciones que muchos reconoceremos aunque no estemos demasiado familiarizados con la carrera de The Four Seasons: al terminar la sesión, saldremos canturreando canciones como Sherry, Walk Like a Man, December, 1963, Rag Doll o Can't Take My Eyes Off You. Como curiosidad, hay que mencionar la aparición de un personaje que representa a un joven Joe Pesci, actor que fue amigo de los músicos protagonistas. Os recomiendo que leáis la reseña del amigo Néstor para profundizar en otros detalles de Jersey Boys y The Four Seasons.


Jersey Boys supone un curioso y acertado cambio de registro para Clint Eastwood, quien sigue haciendo gala de una nítida y ejemplar narrativa. Una película interesante y entretenida, un musical refrescante. Además, Eastwood ya ultima su siguiente trabajo, el thriller American Sniper, protagonizado por Bradley Cooper.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Cómic en negro: Grima

Oxel Karnhus, un detective privado en horas bajas, recibe una inesperada llamada de su antigua novia de la universidad, quien le ruega que investigue el suicidio de su hijo. Por los viejos tiempos, Oxel revivirá los últimos días del joven e intentará llegar al fondo de una serie de suicidios encadenados.

Comenzamos una nueva sección en el blog, dedicada a uno de mis géneros favoritos, el negrocriminal, que tantas grandes experiencias nos ha dejado en los campos de la literatura y del cine. En ella hablaremos de diversas obras del noveno arte pertenecientes al mundo del crimen, los detectives privados y las mujeres fatales, al estilo de Sin City, de Frank Miller, o de 100 Balas, de Azzarello y Risso. 

En nuestra primera entrega tenemos Grima (The Creep), que pude leer gracias a la gentileza de Yota. Se trata de una miniserie de cuatro números que surgió de una historia breve publicada en la antología Dark Horse Presents. El guionista John Arcudi (AIDP) se une al dibujante Jonathan Case (Batman '66) para contarnos el caso que investiga Oxel Karnhus, antiguo policía de Nueva York que abandonó el cuerpo debido a la enfermedad de gigantismo que padece. Ahora se dedica a pequeños trabajos y escuchas, hasta que un antiguo amor le suplica que investigue el extraño suicidio de dos jóvenes. Esto llevará a Oxel al límite de su condición física y de su estado emocional, pues rebuscará en heridas pasadas y encontrará historias que le cambiarán para siempre.


Grima es una pequeña gran lectura, un cómic en apariencia sencillo y modesto que esconde una trama honda y profunda. Un misterio que bucea en el patetismo del alma humana, las viejas heridas y el peso de las oportunidades perdidas. Su lectura no deja indiferente, y la atmósfera decadente y melancólica se respira en cada página envuelve el relato gracias a la cuidada narración de Arcudi y a la narrativa gráfica de Case, de un estilo escueto pero revelador.

La edición española de Grima corre a cargo de Planeta DeAgostini, y cuenta con las portadas de artistas como Ryan Sook, Mike Mignola y Frank Miller. Una modesta obra redonda.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Mob City: Pequeña gran serie


A finales de los años 40, el veterano de la Segunda Guerra Mundial Joe Teague vuelve a Los Ángeles para encontrarse una ciudad que no reconoce, consumida por los pulsos de poder entre el departamento de policía para el que ahora trabaja y la mafia judía liderada por Bugsy Siegel. Teague recuperará fragmentos de su antigua vida mientras intenta decidir cuál de los dos bandos merece su lealtad.

El caso de la serie Mob City es, cuanto menos, curioso. Frank Darabont, responsable de la obra maestra Cadena perpetua, no se prodigaba demasiado en el cine desde que se despidiera con la pequeña joya de La niebla. A finales de 2010, el cineasta regresó a la primera plana del entretenimiento gracias a su labor como productor, guionista y director de la primera temporada de The Walking Dead, que adaptaba el famoso cómic de Robert Kirkman. La segunda temporada resultó demasiado irregular y carente de rumbo, y puede que esto, sumado a otros motivos no esclarecidos, propiciaran la nada amistosa marcha de Darabont de la ficción, que por suerte tomó un nuevo rumbo tras su despedida. Mientras los zombis arrasaban, Darabont se embarcó en otro proyecto televisivo: Mob City, adaptación de la novela L.A. Noir (independiente del logrado videojuego de Rockstar) que relata las actividades de la mafia en Los Ángeles durante la década de 1940. El proyecto tardó dos años en completarse, y finalmente se estrenó en el canal estadounidense TNT durante diciembre de 2013. La cálida acogida inicial de la audiencia dio paso a un cierre inaceptable para los exigentes estándares de la televisión norteamericana actual, lo cual propició la cancelación de la serie con sólo una temporada de seis episodios. 


Debido a esta turbulenta historia, tardé en decidirme en dar una oportunidad a la serie. Mi primera reacción al comenzar a verla fue el escepticismo. Mob City recurre a las convenciones clásicas del género negro, que sigue al pie de la letra sin darles vuelta de tuerca alguna como sí hacen otras ficciones (por ejemplo Fargo, tanto la película original como la reciente serie). Nos presenta a un protagonista de moral ambigua que se mueve entre dos mundos no tan distantes como aparentan serlo: el de los policías y el de los gángsters. Hay una mujer fatal que se alza como heroína, matones sanguinarios, soplones ambiciosos y jefes del crimen organizado convertidos en empresarios (¿o era al revés?). Además, curiosamente retoma personajes históricos pertenecientes al período que une otras dos ficciones recientes del género como son Boardwalk Empire y la penosa Gangster Squad


El comienzo de Mob City resulta tópico y anodino, si bien está rodado con soltura y goza de una puesta en escena eficiente. No alcanza los niveles de calidad interpretativa, de transgresión ni de diseño de producción de las ficciones estrella de canales como HBO, pero a medida que avanzan los seis episodios de Mob City, las tramas se enredan, los protagonistas muestran pliegues que les vuelven más interesantes, la violencia asciende, y todo concluye en un final de infarto que mezcla ficción con hechos históricos como son la creación de la División de Asuntos Internos y el destino de Bugsy Siegel. Con sólo media docena de capítulos, el nuevo trabajo de Frank Darabont nos deja una trama cerrada, un par de tiroteos resueltos con ingenio, y un reparto ajustado. En este punto cabe mencionar el trabajo simplón de los televisivos Neal McDonough (Hermanos de sangre), Milo Ventimiglia (Héroes) y de Robert Knepper (Prison Break) haciendo otra vez de malo, y el del amuleto de Darabont Jeffrey DeMunn (The Walking Dead). Quienes sí destacan y roban planos son la versión de Bugsy Siegel que compone un recuperado Edward Burns y la heroína de Alexa Davalos (La niebla), quien ojalá se prodigara más en el cine; mientras que Jon Bernthal (El lobo de Wall Street) aporta poco a su papel de tipo duro ambiguo. Como curiosidad, Simon Pegg aparece en un par de episodios a modo de cameo.


Tras una carrera accidentada, los aciertos de Mob City pesan más que sus puntos débiles. Su final prematuro le garantiza un puesto de honor en el grupo de las pequeñas series con corazón, junto a las también encomiables Lights Out (El declive de Patrick Leary) y Hatfields & McCoys. Una modesta ficción que reivindicar y disfrutar.