Empezamos con las colaboraciones de las firmas invitadas para celebrar el quinto aniversario de este blog. Hoy contamos con la distinguida presencia de mi amiga Emily Roberts, autora del blog de poesía Cold Mornings y de la emotiva novela Lila, que desde aquí os recomiendo. Como la gran experta en literatura que es, Emily nos trae un artículo sumamente interesante en el que nos hace reflexionar acerca del vínculo entre la mujer y la locura en numerosas obras literarias y fílmicas. ¡Disfrutadlo!
I am mad the way young girls are mad
(Anne
Sexton)
I shut my eyes and all the world drops dead.
(I think I made you up inside my head.)
En su ensayo “Estar
enfermo” (“On Being Ill”), Virginia Woolf se extraña de lo común que es la
enfermedad en el día a día y lo poco que aparece en la literatura. Aunque este
texto casi siempre es interpretado en referencia a la enfermedad física, me
gustaría tratar también el tema de la enfermedad mental en la literatura, más
presente de lo que creemos. Me gustaría hacer un repaso de obras que,
personalmente, me parece que reflejan bien el tema, pero esto no es sino una
pequeña colección personal, por lo que todas las sugerencias serán bienvenidas
en los comentarios. (He incluido entre paréntesis el título original de todos).
Si bien la obra por excelencia de
locura, sobre todo femenina, es el roman
à clef de Sylvia Plath, La campana de cristal (The Bell Jar), crónica
semi-autobiográfica de su primera depresión a los diecinueve años y el ingreso
en una clínica psiquiátrica donde fue sometida a tratamiento de electrochoque.
Pero quizá su más claro precedente sea el no tan conocido (fuera del ámbito
filológico) relato “El papel de pared amarillo” (“The Yellow Wallpaper”) de
Charlotte Perkins Gilman, que narra en primera persona, estilo diario como
Plath, un síndrome de depresión post-parto mal tratado: la paciente es aislada
del mundo, separada de su marido y su bebé y encerrada en una habitación hasta
que se “normalice”. Y aquí es donde entra la cuestión de la normalidad y su
definición. ¿Qué es normal? Normal es lo contrario a la locura. Normal es la
razón. Es lo normal, ¿no? ¿Normal no significa que algo tiene el establishment, y por lo tanto, el poder?
El poder es lo normal. No tener poder es lo normal. Sublevarse es lo que no es
normal: la locura. La locura, en la mayoría de los casos, acaba consistiendo en
ser distinto a los demás, y lo distinto es peligroso porque disipa a los
agentes de poder y su eficacia. Un claro ejemplo son las Bröntes; la tormenta
emocional en Cumbres borrascosas
(Wuthering Heights) y sobre todo el personaje de Bertha Mason, la loca del
ático (the madwoman in the attic) de Jane Eyre. ¿Qué pasaría si esa mujer no
fuera sino alguien a quien se le hubiera arrebatado su propio destino, su
voluntad de decidir por sí misma, que se declaró peligrosa por haber reclamado
su poder? El personaje se convierte en protagonista en la precuela escrita por
Jean Rhys, El ancho mar de los Sargazos
(Wide Sargasso Sea). Otras historias
de mujeres que se vuelven locas, o quizás son más lúcidas, en su lucha con la
sociedad aparecen en el libro de cuentos de la americana de origen chino Maxine
Hong Kingston, La mujer guerrera (The Woman Warrior), donde la escritura
se convierte en una herramienta para revisar y corregir el pasado tal como no
fue contado. Y es que la locura ¿nos acerca o nos aleja a nuestra lucidez?
Autores como Shakespeare o Joseph Conrad parecían tener opiniones encontradas
en su interior. El Corazón de las
tinieblas (Heart of Darkness) de
Conrad nos muestra el profundo mundo del salvajismo colonial que permite el
lujo de la civilización occidental. Sin embargo, ¿quiénes son más salvajes, los
incivilizados o los colonos? Y, ¿no estamos todos al final demasiado cerca? La
aculturación o “asalvajamiento” de uno de los personajes principales es
retratado como locura a pesar de poder ser visto como la vuelta al mundo
natural, a las pasiones más bajas. Shakespeare presenta en Hamlet este debate entre la locura y la razón, donde esta última
pierde. El Rey Lear de Shakespeare
comprende más de cerca las pasiones humanas cuando ha perdido la razón y vaga
desnudo por los bosques de Escocia, guiado por un ciego.
Y si bien la lucidez de la ceguera
puede guiar a la locura, la ceguera no lúcida de otros puede inducir a la
locura verdadera, como al personaje de Pecola en Ojos azules (The Bluest Eye)
de Toni Morrison, donde el único personaje capaz de sentir amor por los demás
es maltratado por su aspecto físico hasta el punto de creer que si tiene los
ojos azules la querrán más. Está claro: los que están locos son ellos, dice el
protagonista de Matadero cinco (Slaughterhouse-Five), de Kurt Vonnegut,
que sueña que viaja a un planeta extraterrestre donde los habitantes no se hacen
daño, donde las cosas tienen más sentido. La narración inconexa de un idiota en
El ruido y la furia (The Sound and the Fury) de Faulkner
tiene más sentido que todo lo que sucede en el violento sur americano. ¿Y qué
pasaría si estuviéramos todos locos ya, como en Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland)? Si esa fuera la norma, se pregunta su autor,
¿el cuerdo sería el loco? ¿Pertenecemos cada uno a nuestra propia locura
imposible de comunicar? Sobre autor, autoridad y hacerse daño escribe Jeffrey
Eugenides en Las vírgenes suicidas (The Virgin Suicides), magníficamente
llevada al cine por Sofia Coppola: ¿quién las condujo a hacerlo? ¿Fueron ellos?
¿Fuimos todos? ¿Está más cerca de la locura la violencia o el amor? ¿No están
demasiado cerca? ¿Se puede ejercer un control sobre uno u otro? ¿Sobre cuál? ¿Y
quién es la protagonista de La pianista
(Die Klavierspielerin) de Elfriede Jelinek? (También con una
estupenda adaptación al cine de Michael Haneke). ¿Somos todos esa mujer
sometida y con deseos inconfesables que antes preferiría morir que ser
descubierta? ¿Y si nos acercásemos a ella en lugar de evitarla? ¿Y si nos
obligasen a estar junto a ella? Algo parecido le sucede a R.P. McMurphy, el
protagonista de Alguien voló sobre
el nido del cuco
(One Flew Over the Cuckoo’s Nest) de
Ken Kensey (adaptada al cine por Miloš Forman), ingresado en un hospital psiquiátrico más bien por
error, que pasará del miedo a los enfermos al miedo a los médicos y a su
control, y a tomar un cariño irracional a los enfermos, incluso a llegar a
comprenderlos (algo así como lo que consigue Plath en su Campana de cristal). La narrativa de la locura no responde
preguntas difíciles, las plantea. Nos acerca a un cotidiano desconocido,
derrumbando fronteras propias y ajenas. Ahí está su riesgo. Ahí también su
logro.
5 comentarios:
Un fenomenal artículo!
Felicidades a la autora!
Saludos Mike!
Fantástica reflexión de una de mis escritoras favoritas, la gran Emily Roberts, cuya novela "Lila" también recomiendo encarecidamente. La locura es para mí un elemento clave del cine. Disney la transmitió con gran habilidad en su adaptación de Alicia en el País de las Maravillas de 1951, mientras que Tim Burton se olvidó de ella en su versión de 2010. Y así perdió la historia su gracia, su esencia. La locura nos acerca más a la vida. Además, es mucho más divertida que la cordura.¡Qué buena forma de empezar las colaboraciones! Un saludo!
me ha encantado, no he leído muchos de los títulos que se mencionan, algunos ya los tenñia apuntados, oros me los llevo desde hoy :-) Un beso!!
Muchas gracias por el artículo, como dice Meg, según lo lees entran ganas de acercarse a las obras que mencionas. Por cierto, una película que también trata de forma curiosa el tema de la mujer y la locura es El intercambio de Clint Eastwood, te la recomiendo, está genial.
¡Gracias de nuevo! ¡Saludos!
Gran repaso a obras que me apunto para leer. Y la verdad es que la locura (y la dualidad de la persona)para mi es uno de los grandes temas de la literatura. Y como adicional me gustaria nombrar a Stephen King y casi todas sus obras. El tema de la locura en este hombre está muy presente.
¡Enhorabuena a la autora, la seguiremos de cerca!
Aldo
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